La Santidad es un llamado de pertenencia

16 mayo, 2022 -  Majo Rivera



«¡Ay de mí! Porque perdido estoy,

Pues soy hombre de labios inmundos

Y en medio de un pueblo de labios inmundos habito,

Porque mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos».

Isaías 6:5


Estar delante de la presencia de Dios llevó a Isaías a decir: «¡Ay de mí, estoy perdido». Un grito de auxilio porque reconocía quién era él y la realidad de quién era Dios; aunque de este lado de la gloria nos es imposible entender lo que vivió Isaías, si somos sus hijos sí podemos experimentar el peso de su Santidad.


Cuando yo hablaba de Santidad siempre pensaba en los santos de la iglesia católica Romana, personajes inalcanzables como pequeños dioses, hechos por manos humanas y exhibidos en la periferia de la iglesia católica, eso era todo lo que entendía del concepto de Santidad. 


Sin embargo, ser Santo desde la perspectiva bíblica es completamente diferente. La Biblia dice que Dios es Santo y eso quiere decir que Él está separado y apartado. Dios no puede juntarse con nada que no sea perfecto y puro, por lo cual nos ha hecho santos porque somos sus hijos. Él quiere estar con nosotros, Él es un Padre, no es únicamente un Dios lejano y es por eso que Él nos quiere cerca. No podríamos estar en su presencia tal y como somos. Sería imposible. Reaccionaríamos igual que Isaías. 


Para estar en presencia del Padre que nos ha rescatado necesitamos ser purificados, así como el carbón purificó a Isaías (de hecho, ese carbón representaba una sombra de lo que vendría). Aunque realmente no somos limpios y puros, en Jesús se nos ha dado ese estatus: podemos acercarnos a Dios en las ropas de Cristo; puras y santas; limpias de todo pecado. 


Lo hermoso de la Santidad es que es un llamado de pertenencia: somos llamados a ser santos porque Él es santo. Somos llamados a ser santos, porque Él es Padre, Él nos quiere cerca porque somos suyos. Él no puede estar cerca de nada impuro, pero quiere estar con nosotros, entonces ese llamado a la Santidad es un recordatorio que somos de Él, que tenemos un Padre que nos ama y que no nos ha salvado para luego dejarnos vivir la vida como dicte nuestro corazón. 


Él quiere que disfrutemos de la abundancia de su presencia, por eso somos llamados a vivir en Santidad, para vivir cercanos a Él y disfrutar de la plenitud que nos da. 


Recuerdo hace ya varios años una época oscura de mi vida. Creía que vivía cerca de Dios, pero la realidad era que vivía rendida a mis deseos y a las voces de este mundo. Decidí creer varias mentiras, básicamente porque me convenía y podía salirme con la mía. 


Vivir en esa mentira y abrazada de ese pecado, que, según yo, me merecía puso una distancia palpable delante de Dios. No porque Dios se había alejado de mí, pues aunque mi pecado no lo asustaba, sí lo entristecía. Su Espíritu Santo gemía dentro mío. Lo recuerdo con tanta claridad, que había mañanas que amanecía con muchas náuseas o falta de aire, me costaba respirar, sentía una constante presión en el pecho. Mi Padre me susurraba: eres mía, suelta eso. No puedes vivir la verdadera plenitud mientras no dejes lo que estás haciendo. Me susurraba constantemente; sus susurros venían en forma de falta de aire y de opresión, eran un recordatorio de que ya no podía vivir la vida como quisiera, que ya no me pertenecía, yo era suya. 


No podía acercarme a Dios en libertad. La esencia de Dios es radicalmente opuesta al pecado y yo ya no podía vivir según mis propias reglas, a mis anchas y sin importarme lo que Dios ya había dicho sobre eso. Dios me había llamado a la Santidad para vivir cerca a Él para disfrutar de la verdadera y única satisfacción. No la que yo creía, sino la única que es verdadera, no aquella cisterna agrietada que quería que me llenara.


La Santidad de Dios es cosa seria. Es tan impactante que Pedro le gritó a Jesús «¡Apártate de mí que soy hombre pecador!». La Santidad revela quiénes somos; Isaías quería huir cuando vio a Dios y su corazón quedó expuesto porque era aterrador. Entendió que estaba perdido. La Santidad de Dios produce terror. 


¿Cómo podemos acercarnos, así como somos, a un Dios que es santo? Evidentemente no podemos. Es traumático. Pero aún así, siendo así de puro, hermoso, único e inigualable, Dios quiere que seamos parte de su familia y no podemos hacerlo por nosotros mismos. 


Por eso la obra de Jesús es tan indescriptible, porque hemos recibido la posibilidad de acercarnos a Dios el Padre en el nombre de Jesús, por los méritos de Jesús y por su vida perfectamente santa para así disfrutar eternamente del Padre que nos quiere cercanos a Él. El llamado a ser santos no es únicamente un distintivo, es un recordatorio de que le pertenecemos porque quiere que vivamos en comunión con Él, llenándonos de la única fuente de vida que nunca se acaba y que siempre es suficiente porque Él es suficiencia.